Por Lic. Leandro Goroyesky
Coordinador General de EcoEducativo
Ex Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET)

Ante el inicio del ciclo lectivo 2022 y luego de escuchar grandilocuentes anuncios acerca de la importancia de la educación y de la vuelta a la presencialidad no olvidemos que quienes hoy pregonan las recientes medidas fueron quienes dejaron a nuestros chicos sin clases durante casi dos años.

Asistimos una vez más a una gran farsa que vuelve a ocultar la falta de planificación, gestión, previsión pedagógica y conocimiento del gran problema educativo que enfrentamos.

Presenciamos con estupor las decisiones que se han tomado en relación a la acreditación de saberes y la promoción de los jóvenes: promociones directas, sin importar las materias adeudadas, ni la vinculación pedagógica de los estudiantes en estos dos últimos años en provincias como Santa Fe (Circular 8/21 y 1/22) y Santa Cruz o propuestas insólitas como en la Provincia de Buenos Aires (Comunicación 1/22) que utiliza tecnicismos poco pedagógicos como “el peinado de materias” o bien conjuga dos materias en categoría de áreas de manera tal que los alumnos promueven adeudando cuatro materias, quedando en cabeza de los Directores la decisión de que pasen con cinco y se vaya “intensificando el aprendizaje” a lo largo del año.

En Entre Ríos los estudiantes también promueven al curso que sigue con varias materias pendientes de aprobación durante el transcurso del año, lo cual es todavía más preocupante si analizamos qué materias suelen quedar pendientes.

Estos son solo algunos ejemplos que ilustran la falta de comprensión del problema educativo y ponen en evidencia la toma de decisiones demagógicas con el objetivo de evitar la inevitable estadística del fracaso.

De este modo miles de jóvenes son estafados por un Estado incapaz de comprender que la educación es un derecho humano que posibilita la construcción del propio proyecto personal y que al mismo tiempo redunda en el proyecto colectivo de una sociedad que requiere más que nunca el desarrollo de capacidades y habilidades para el progreso.

¿Sobre qué base diagnóstica se han tomado estas tremendas decisiones y qué evaluaciones fundamentan que un alumno podrá recuperar los aprendizajes perdidos durante dos años en un proceso de intensificación que no explican cómo llevar a cabo?

¿De qué sirve promoverlos si hay cientos de jóvenes sin alfabetizar en el nivel secundario? ¿Acaso alguien pensó cómo hará un docente para dar clases en la presencialidad frente a un grupo numeroso de alumnos con trayectorias educativas tan dispares, a lo que debería 7 agregarse que ninguna de estas resoluciones contempla la atención emocional que cada uno ellos requiere?

Son muchas las preguntas que podríamos hacernos desde el más simple sentido común. Son interrogantes que no fueron hechos por quienes tienen la obligación de gobernar el sistema. Han tomado decisiones inconsultas y estamos en presencia de una gran farsa educativa, en la que se aparenta tener un rumbo que en realidad no existe.

Los docentes no queremos ser cómplices de la reproducción de la desigualdad educativa que excluye irremediablemente a estos jóvenes. Estamos frente a una gran tragedia. Alcemos la voz, visibilicemos este problema y llamemos al diálogo, porque los docentes tenemos mucho que aportar para ayudar a revertir esta realidad con inclusión y educación de calidad