Ternura
Estíbaliz Madrazo(*)

Mi nombre es Estíbaliz Madrazo. Soy de Bilbao, en el País Vasco. Y hace unos años tuve la suerte de realizar un voluntariado de dos años en un barrio de Ciudad de Guatemala.
Fui muy feliz allá. Disfruté, crecí y aprendí muchísimo de mis amigos y vecinos: de su solidaridad, su fortaleza, su resiliencia… Fueron muy generosos conmigo.
Junto a los niños y niñas a los que acompañé, viví momentos hermosos como este que comparto, confiando en que ustedes también experimenten su riqueza.
Modifiqué los nombres propios y omito el nombre del lugar para respetar la privacidad de las personas de las que hablo.
Gracias por leerme.

A José le pasó un tuc-tuc por encima y desde que tiene el pie roto no va a la escuela pero viene al centro todos los días para que estudiemos con él y así no perder el grado.
Ayer fue nuestro primer día de clases particulares.
Nos reímos; desayunamos chocolate, galletas y jugo de naranja; estudiamos el aparato digestivo (se dice ano, no anó); leímos el cuento de “El rey de los sapos”; sumamos, restamos, hizo algunas planas…
Le puse música clásica para ayudarle a concentrarse (es una música mágica que hará que te salgan mejor las planas, ya verás).
Y de pronto me dijo:
—Es como alguien enamorándose.
—¿El qué? ¿La canción? (Era el Ave María de Schubert)
—Sí. ¿Uste’ alguna vez se enamoró, seño?
—Claro.
Le hablé de mi relación más importante pero enseguida me di cuenta de que no le interesan los amores adultos.
Entonces me contó, como una confidencia, que le gusta Vanesa, del grupo de los mayores.
—Solo se lo he dicho a mi profe y a usté’. Al profe Walter no, porque no confío; lo cuenta todo.
Me siento halagada. Por su confianza y porque parece muy contento de que vaya a acompañarle estas semanas. Incluso me pide que vuelva esta tarde.
—Un día Vanesa me preguntó si la quería.
—¿Y tú qué le dijiste?
—Que sí.
—¿Y ella que te dijo?
— “Ah, bueno”.
Después suspira melancólico:
—¡Eso sí que fue una historia bonita! La primera vez que me habló Vanes… porque ella no me habla.
Tuve que hacer grandes esfuerzos para no reírme. Y me sentí de pronto desbordada de ternura.
José siguió preguntándome cosas sobre mis “amores” del colegio.
Yo le hablé de un compañero que, en quinto de EGB, me cambió por la niña que llegó nueva ese año. Hacía tanto que no pensaba en todo eso que me llenó de alegría recordarlo.
Y me abrumó la pureza de José al hablarme de su familia (mi hermana dice que está gorda y mi mamá le da una medicina para que tenga ganas de comer pero a mí no porque dice que la voy a dejar en “bancarroca”); de su forma de bañarse (yo me baño con agua fría cuando estoy bueno, a veces hasta me meto en el tonel y mojo a mis hermanos pero Erick es un chillón y siempre me pegan por su culpa); de su bicicleta (me la gané con las galletas Can-Can y mi mamá no me la quiere dar, quiere venderla; pero me dijo que igual cuando tenga doce años… y ya falta poco, el 2 de abril).
Yo también le hablé de mi bicicleta (aquella BH roja a la que tanto quise), de lo importante que era para mí y pensé que la persona que yo era (quizá también la que soy) se parece un poco a José.
Él se fue feliz porque alguien le hizo caso sólo a él, durante tres horas seguidas. Yo me fui feliz porque ayudándole a aprender a leer, me doy cuenta de que cada persona, incluso la más insignificante en apariencia, es infinitamente importante.
Este patojo, tan pequeño para el mundo, tiene dentro de sí algo bellísimo e inagotable; es inteligente, alegre, sincero, cariñoso… Es una suerte para mí y un honor poder acompañarle.
Hoy llegó sin desayunar, saltando como siempre sobre sus muletas.
Se pasó la mañana diciendo que tenía hambre y se rió mucho cuando jugué con él y con Gerson una partida de luisa; “yo siempre gano”, le advertí. Y así fue.
De pronto, José le dijo a Gerson; “ojalá la seño se quede aquí con nosotros hasta que sea abuelita y se muera…”
Entonces Gerson, brillante como siempre, le explicó: “pero ella tiene familia allá que la ama y los extraña.”
Yo sólo dije: “Claro. ¿Ven qué suerte tengo? Tengo gente que me quiere aquí y allá. Aunque también es difícil porque hay gente a la que quiero aquí y allá.” No sé si José me entendió.
Él estaba pensando en qué va a hacer si gana el premio de 10,000 quetzales que dan con los paquetes de papas fritas. Dijo que nos iríamos todos “al pueblo de la seño.”
Y el pobre Gerson se desesperaba explicándole que no es tan fácil; que la visa, que el dinero que hay que tener en el banco, que no se puede viajar dentro de una maleta para ahorrarse el pasaje…
Yo me moría de risa e intentaba que volvieran a sus cuadernos.
Al mediodía llevé a José a casa de una amiga de su mamá que esperaba que le diera de almorzar. Lo vi avanzar por el callejón, con un cordón de zapatos colgando de sus lentes; se giró y me dijo adiós con su sonrisa perenne; vi cómo apretaba el timbre con una de sus muletas… y de pronto sentí ganas de llorar.
Pensé en las pocas oportunidades con que José cuenta en su vida. Pensé en lo afortunada que yo fui, que sigo siendo. No sentí lástima sino una inmensa ternura. Sé que en algún momento le voy a echar mucho de menos.
Me sentí tan conmovida que me fui rápido de allí. En mi nuca quedaron colgadas las miradas de algunos borrachos.

(*) Estíbaliz Madrazo es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad del Deusto, España y Máster en Necesidades, Derechos y Cooperación al Desarrollo en Infancia por la Universidad Autónoma de Madrid y UNICEF, España. Ha desempeñado distintas labores en organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales en España y América Latina.