Lucas A. Osardo
DNI 29265174

En la actualidad, fácilmente podemos reconocer la centralidad que la escuela ha conservado en el desarrollo de las distintas sociedades y a la vez, el conjunto de expectativas depositadas en ella. En distintos ámbitos y grupos, se construyen discursos variados y multifacéticos, muchos de ellos cerrados a realidades, intereses y experiencias individuales. Sin desconocer una parte, estos interlocutores, con mayor o menor capacidad de difusión, poco pueden decir sobre la totalidad de implicaciones que la escuela conserva en la dinámica social de nuestros días, y del conjunto de exigencias a las que se enfrenta. Lejos de ensayar en estas páginas alguna respuesta iluminada, o de buscar esa totalidad perdida tras el avance de los particularismos, buscaremos cuestionar algunos aspectos de la tarea docente que no suelen ser problematizados. En estas breves líneas intentaremos llamar la atención de aquello, que por su naturalidad, no constituye el centro de los debates que la llamada “comunidad educativa” promueve, y que tiene que ver con la complejidad inherente al quehacer cotidiano de la Dirección de una Escuela.
Un aspecto interesante a señalar es que, a la par de la función clásica de transmisión cultural que se ha reservado la Escuela, esta institución central para la reproducción social, desde su concepción durkheimiana, ha ido configurando a lo largo del tiempo un tipo de funcionamiento que, al mismo tiempo en que resguarda sus configuraciones fundamentales, construye alternativas sobre las que se enlazan los cambios y las transformaciones. Estas discusiones, que forman parte del acervo teórico de toda una tradición reunida bajo el título de sociología de la educación, fue edificado a la par de los avances en el proceso civilizatorio. Este concepto es entendido por Norbert Elías (1989) como resultado de la diferenciación progresiva de las funciones sociales, consecuencia del aumento de la competencia. Así, la dinámica social y la psíquica confluyen a través de la creación de aparatos formativos tendientes a inculcar en los individuos una “conducta permanente”, como forma de auto control estable y automático.
Ya desde la tradición marxista clásica existen aportes que permiten pensar el rol de la Escuela, vinculado al ejercicio del poder del Estado en materia de reproducción de las diferencias entre las clases. Sea a partir del concepto de ideología o el de hegemonía, por ejemplo, distintos autores problematizan los dispositivos que favorecen la reproducción de las desigualdades sociales a lo largo de la historia. Al mismo tiempo, experiencias alternativas, fundadas en una filosofía de la praxis, habilitaría experiencias superadoras, capaces de plantear nuevos escenarios.
A su vez, las amplias discusiones que comienzan a pensar en la capacidad de agencia de los sujetos, permiten componer un escenario de análisis tempranamente presentado en la discusión entre subjetivismo y objetivismo. Alliaud (2017) presenta una discusión interesante que refiere a la contradicción inherente a la educación, al atender el doble juego que propone entre socialización-imposición y emancipación-liberación.
Esta introducción densa, permite cuestionar el lugar de la Dirección, como clivaje desde donde se articula el conjunto de contradicciones del sistema educativo, como reproducción y como producción social. Constituye el Equipo de Conducción de una Escuela un punto central que habilita y constriñe, en una dinámica que sobre los hechos resulta difusa y controvertida. Es quien, sin participar de lo que Astolfi define como “triángulo didáctico”, participa desde una organización institucional compleja y conflictiva que requiere vincular actores, exigencias, expectativas e identidades diversas; eje donde se reúnen subjetividades y estructuras en una gestión educativa que requiere saberes y habilidades diversas, todas ellas construidas, fundamentalmente, en la práctica cotidiana.
Podemos señalar que, para los distintos sujetos que habitan la Escuela, la Dirección es un espacio fantasmático. Estudiantes, Padres, Docentes, Funcionarios, Auxiliares, transitan la escuela de diversas maneras, y construyen representaciones diversas en torno al rol directivo. Como todo lugar de deseo o aspiración, para el conjunto de los trabajadores de la educación, el cargo de conducción se encuentra provisto de múltiples cargas valorativas, motivadas por una parte por las características competitivas de la carrera docente y por otra, por las experiencias personales transitadas en espacios múltiples de trabajo. Para los estudiantes y sus familias, las posibilidades se multiplican, y construyen experiencias que solo pueden ser comprendidas desde abordajes particulares.
Lo cierto es que aquel espacio que no pasa desapercibido, cargado de libertades imaginarias, encuentra la complejidad de transitar las contradicciones de un sistema que reproduce y cambia, que aprende cuando enseña.
Conocer experiencias, imaginarios, expectativas, miedos e historias sobre la conducción de una Escuela es entrar a un mundo que fascina y espanta. Es a partir de compromisos, responsabilidades y desafíos donde ese carácter experimental, propio del ejercicio de la enseñanza que señala Alliaud (2017), demanda una ingeniería cargada de sobresaltos.